Monday, December 29, 2008

Con prudencia y en silencio

Déjenme cambiar de opinión una vez más y tantas veces como sea necesario, como se dice déjenme organizar la mente, permítanme volver a decir lo que negué o afirmé tantas veces. No puede ser vergonzoso cambiar de opinión, vergüenza sería ocultarlo y dejar que la gente crea por inercia que no hemos cambiado, que esta vida y esta mente, se han estancado en un espacio sin posibilidad a la evolución. Pero ya ustedes me conocen, a estas alturas saben que cuestiono y me cuestiono también. Las lecturas no son permanentes y van en todas las direcciones. Esta es mi forma de ver y estar en el mundo; esta es mi forma de no aceptarlo todo como dado y "natural"; esta soy yo evaluando y siendo evaluada; esta es mi forma de crecer.

Aclaro que no es que cambie de opinión para adaptarme a las circunstancias, eso ya sería hipocresía, no, yo cambio porque veo a mi alrededor cosas que alteran mis tesis, que cuestionan mis creencias o prácticas cotidianas; el valor no es hacer de una posición algo permanente, el valor consiste en aceptar un error y crecer a partir de este nuevo conocimiento; con todos los cambios, el dolor o las pérdidas que esto impliquen. Porque el valor y la entereza no habitan en espacios sordos y vacíos, muy por el contrario, el valor está en todo lo que produce moverse de lugar.

Pero que no se crea tampoco que mis cambios son inmediatos, eso sería ser demasiado desprendido de lo que una vez se valoro como verdad, así no son las cosas, mis cambios son lentos, dramáticos y por momentos mis nuevas opiniones carecen de argumento más allá de un simple sentimiento, pero son los sentimientos los que nos permiten iniciar el cuestionario y el trabajo que nos lleva a la conclusión, es así como encontramos las verdades: en un reto constante a nosotros mismos para demostrarnos si estábamos equivocados o no.

Queremos ser dueños de la razón y queremos que la verdad nos nazca sin el esfuerzo de la búsqueda; al fin de cuentas, querer tener la razón es alimentar del ego, pero buscar la verdad nos lleva por el camino de la humildad.

La opinión es una circunstancia y aunque compromete, no aniquila la posibilidad de un nuevo descubrimiento.

Tuesday, December 23, 2008

Capítulo 93

Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado, y no me mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación de] amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero. Claro que te curarás, porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños. Tan triste oyendo al cínico Horacio que quiere un amor pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que le dé los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es posible, la raíz desde donde se podría empezar a tejer una lengua. Y es tonto porque todo eso duerme un poco en vos, no habría más que sumergirte en un vaso de agua como una flor japonesa y poco a poco empezarían a brotar los pétalos coloreados, se hincharían las formas combadas, crecería la hermosura. Dadora de infinito, yo no sé tomar, perdoname. Me estás alcanzando una manzana y yo he dejado los dientes en la mesa de luz. Stop, ya está bien así. También puedo ser grosero, fájate. Pero fijate bien, porque no es gratuito.

¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. Pero estoy solo en mi pieza, caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan cómo pueden, me mordisquean desde abajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo te muerden. ¿Por qué, por qué, pourquoi, why, warum, perchè este horror a las perras negras? Miralas ahí en ese poema de Nashe, convertidas en abejas. Y ahí, en dos versos de Octavio Paz, muslos del sol, recintos del verano. Pero un mismo cuerpo de mujer es María y la Brinvilliers, los ojos que se nublan mirando un bello ocaso son la misma óptica que se regala con los retorcimientos de un ahorcado. Tengo miedo de ese proxenetismo, de tinta y de voces, mar de lenguas lamiendo el culo del mundo. Miel y leche hay debajo de tu lengua... Sí, pero también está dicho que las moscas muertas hacen heder el perfume del perfumista. En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi noble hermano y los diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo. Ah, si en el silencio empollara el Roc... Logos, faute éclatante. Concebir una raza que se expresara por el dibujo, la danza, el macramé o una mímica abstracta. ¿Evitarían las connotaciones, raíz del engaño? Honneur des hommes, etc. Sí, pero un honor que se deshonra a cada frase, como un burdel de vírgenes si la cosa fuera posible.

Del libro Rayuela
Autor: Julio Cortazar