Diario la prensa
panama.
Breve manual para fumadores aislados
Paco Gómez Nadalpaco@prensa.com
Prendo el fósforo mirando a los lados. Yo, firme creyente de la teoría de la conspiración en casi todos los ámbitos de la vida, debo ser prudente. Nunca se sabe cuando se está siendo vigilado, mirado por ojos prestos a registrar y manos dispuestas a marcar el número telefónico de denuncia.
La llama se acerca al cilindro asesino, y aspiro el humo que me mata lentamente antes de escribir la primera letra de este artículo que no mata a nadie. No hay gente cerca. Nada de empleadas del servicio –sapas incontrolables, según el Minsa–, nada de niños inocentes, nada de deportistas furibundos, nada de mascotas en riesgo de muerte por humos ajenos… nada ni nadie me molesta.
Por eso, en este contexto de paz y soledad –aislamiento lo denominan los medios en estos días– me dispongo a dar las instrucciones precisas a los fumadores y fumadoras que quedamos en Panamá para poder matarnos en calma, sin presión de inspectores irredentos ni de sanadores de cruzada.
Lo primero es elegir bien el lugar. Ya sabe, nada de escaleras del edificio ni restaurantes, ni bares, ni parques, ni donde haya mosquitos –son molestos como los humanos aunque no denuncian–, ni señoras que confunden el condón con un cigarrillo porque nacieron para defender la castidad y la procreación –dos manías contradictorias–.
Mi recomendación es múltiple. Quedan muchos lugares libres de persecución, y los primeros son los guetos de la ciudad. Allí da igual que alguien se mate o deje de matar. Puede ser a bala, a golpes, a trago o a cigarro. La pobreza y la exclusión tienen un grado de libertad extraño, riesgoso. Aprovéchela. En Curundú, El Chorrillo o en la 24 de Diciembre, o en los abandonados barrios de Colón, no se esconden inspectores de salud en cada esquina, porque si no la libreta de partes no les alcanzaría para registrar el desastre. Ellos son prudentes y tratan de no entablar cruzadas imposibles. Por eso prefieren concentrarse en calle Uruguay, donde está toda la yeyesada y a donde acuden los camarógrafos prestos a cubrir el show de "La hora de la ley".
El segundo lugar ideal ronda por las comarcas indígenas o por algunos de los pueblos enmontañados donde el Estado es un rumor lejano, que solo llega con pancartas electorales. Allí podemos fumar a nuestras anchas, da igual que haya gente cerca –ya que no son ciudadanos de derecho– y, por supuesto, no hay empleadas domésticas, la quinta columna de la cruzada antitabaco según los genios del Minsa.
Pero, realmente, el consejo más importante tiene que ver con el kit que debemos llevar siempre encima los fumadores. En el maletín hay que llevar, anoten: una cinta de medir, porque es muy importante determinar qué significa "cerca" para la ley; una vez haya tomado la distancia prudente del resto de la humanidad, saque del kit una tiza y marque una circunferencia a su alrededor –si no lo respetan por fumador, lo harán por satánico–; también es importante llevar en la cartera una estampilla de monseñor Escribá de Balaguer, el que todo lo puede, por si algún o alguna fanática de la santidad decide denunciarlo; y el último elemento fundamental, por si fallan todas las técnicas anteriores, es un billetico de "cinco dólares" para coimear al cansado funcionario o policía que, incapaz de detener a los mafiosos que rondan el país o de salir del clóset y despelucarse en contra del reglamento oficial, agradecerá cualquier ayudita de nosotros, los últimos pecadores.
Si todo nos falla –eso no ocurrirá porque la furia legalista durará dos semanas–, entonces hay que aliarse con los enfermos que andan defendiendo el sacrosanto derecho natural a portar armas debajo de la corbata. Hace unos días hicieron un acto en el restaurante chino donde las ratas son excepción y con la inestimable colaboración de la Fundación Libertad.
Yo, hoy, apelo a ellos para que nos protejan del abuso del Estado que no nos deja matarnos a nuestro antojo y que atenta contra el derecho a la propiedad privada más efímera y volátil: el cigarrillo.
Juntos podremos derrotar a este monstruo que construye carreteras y prohíbe fumar a la misma velocidad que se olvida de distribuir la riqueza obscena del país, que mantiene un aparato judicial aliado de la impunidad, que sigue sin poner en marcha un verdadero plan de seguridad alimentaria, que promociona a inversionistas multimillonarios al tiempo que abandona a los escolares en centros mediocres por fuera y por dentro…
Además, en la misma línea de la ley antitabaco, promocionaremos una ley antialcohol –una de las principales causas de muerte, estupidez y maltrato familiar–, otra contra la venta de fritos en la calle –¡obturando venas con tanta porquería!– y otra contra los centros comerciales –promotores del atontamiento y la ruina–.
[Juan Gelman le regaló a C. y a la humanidad la más bella descripción que haya leído en los últimos instantes de la revolución de palabras: "En el amor se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es"].