Thursday, September 11, 2008

Posesión - Eliseo Subiela

Uno de los principales síntomas de la sabiduría es la comprensión de que nada podemos retener. Todo fluye. Todo está siendo y dejando de ser al mismo tiempo. Todo es "prestado". Los que entienden eso viven plenamente y no le temen a la muerte.
El afán de retener al ser amado, de apropiarse de él, de poseerlo, es tan nocivo para el amor como la rutina.

Lo que sigue son dos ejemplos opuestos sobre el tema:

1- Un profesor de 50 años se enamora de Julieta, una alumna de la clase de Introducción a las letras que dicta en la universidad dos veces por semana...El es viudo. Ella tiene 25 años. Y un hijo de un año. El padre desapareció con el embarazo.
El profesor se enamora de ella y de su hijo. Se ríe cuando se entera de que el pequeño hijo de Julieta se llama Romeo.
Se los lleva a vivir con él a su casa en el Tigre.
El profesor siente un amor tan grande que piensa que el día que ella se
enamore de un hombre joven, les cederá el cuarto principal de la casa.
El se mudará al cuarto de huéspedes y se conformará con saber que ella está viviendo en la misma casa, en el mismo planeta. Le basta con amarla. No quiere nada a cambio.
La última vez que ví al profesor habían pasado dos años del comienzo de la historia. Llevaba de paseo a Romeo. "Este niño cambió mi vida", me dijo. Estaba feliz. Lleno de amor.


2- Esto ocurrió en París hace algunos años.
Un joven ejecutivo de una multinacional japonesa se había enamorado hasta los huesos de una azafata de Air France.
Ella también lo amó mientras lo amó.
Una mañana, el japonés encontró sobre la heladera de su departamento una nota que le pareció desconcertante al principio. Cruel cuando entendió que esas máximas orientales (justo a él...) eran una carta de despedida.
La nota decía: "Quien sea que esté presente es la persona correcta.
Cuando sea que comience es la hora correcta. Lo que sea que suceda es lo único que podía suceder. Cuando ha terminado, ha terminado."
Un día, los padres de la azafata denunciaron a la policía su desaparición.
Casi un año después, un desconcertado policía de guardia trataba de calmar el llanto de ese hombre que haría una confesión horripilante.
Había matado a su amante. La había descuartizado.
Durante meses la había ido cocinando de acuerdo con distintas recetas extraídas de un libro de cocina francesa que el homicida había comprado a tal efecto. Cada comida era como una ceremonia con rituales de noches de amor.
Candelabro encendido, fuente primorosamente decorada, botella de champagne, baladas de Brahms de fondo. Un ritual para estar con su amor, que no alcanzaban a empañar las lágrimas que al japonés le costaba frenar después de cada bocado.
No era ésa la forma de estar con su amada que él hubiera elegido y, sin embargo, la había elegido. Freezer mediante, se la fue comiendo hasta no dejar de ella más que algunas uñas y una mata de pelo, restos que ahora entregaba para que la familia tuviera algo que despedir en las exequias.
A él no le quedaban más que el dolor de un amor nutritivo pero efímero.
Una pasión que la enfermiza necesidad de retener al otro hiciera mudar del corazón a los intestinos, subrayando en ese cambio de órganos el carácter pasajero y perecedero de todo en la vida.

Buscó dentro suyo algo de consuelo.
Sólo encontró el recuerdo del final de la nota que ella le dejó:
"Cuando haya terminado, ha terminado".


Autor: Eliseo Subiela


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Este texto ilustra con perfección aterradora el momento presente y abraza la incapacidad de mi palabras

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