El proyecto de ley de “Salud sexual y reproductiva”, presentado recientemente por el gobierno panameño, ha generado un revuelo que agita a los sectores más conservadores de la sociedad. Desde todos los púlpitos se grita “anatema”, se hacen proclamas y se culpa al mismo Diablo de ser autor intelectual del proyecto, mientras que otros más sofisticados achacan a la responsabilidad a los “malthussianos” atrincherados en Naciones Unidas.
Los medios de comunicación, en especial la televisión, tan cargada de imágenes sexuales a la hora de vender productos, hacen un guiño a los apóstoles de la nueva cruzada, y expresan su “preocupación”. Los dirigentes magisteriales, usualmente tan revolucionarios para otros menesteres, suman sus voces y condenan al proyecto por “promover el libertinaje”. ¡Cuánta ignorancia proveniente de unos “educadores”!
Estaría en peligro la sacrosanta institución de la “patria potestad”. Según una doctora, prominente dirigente de uno de los partidos de la extrema derecha, los médicos no le podrían informar sobre si sus nietas tienen o no actividad sexual. Curiosidad que a mi me parece morbosa, pero ella afirma que en eso consiste la esencia de la “patria potestad”.
Pero lo que más le preocupa a esta gente es el uso reiterativo del concepto “género” en el proyecto. Parece que esta categoría sociológica encierra en sí todos los males. Y creo que no se equivocan.
Dos mujeres prominentes son las precursoras de la categoría de género. La primera, la antropóloga Margaret Mead, que en su libro Sex and Temperament in Three Primitive Societies, publicado en 1935, llegó a la conclusión de que los roles sociales asignados a los sexos no eran de origen biológico sino culturales. La segunda, la gran escritora francesa Simone de Beauvoir, quien resumió el asunto en una frase famosa: “Una no nace mujer, sino que se hace mujer”.
El sicoanalista Robert Stoller (Sex and Gender) precisó el concepto de género: “aspectos esenciales de la conducta -a saber, los afectos, los pensamientos, las fantasías- que aún ligados al sexo, no dependen de factores biológicos”.
Hasta los años cincuenta del siglo pasado se creía que la persona, al nacer hombre o mujer, ya venía con una marca de fábrica que le asignaba no sólo lo que podía o debía hacer, sino incluso cómo debía comportarse en sociedad (temperamento). Lo cual fue, y sigue siendo, fuente de sufrimiento para incontables personas en todo el mundo.
Todos lo hemos escuchado: las niñas deben portarse bien y estarse quietecitas; los varones pueden ser desordenados o violentos. O aquello de “los hombre no lloran”, “ni juegan con muñecas”. Los hombres a la mecánica o andar por la calle, las chicas a estarse en casa y aprender las labores domésticas. Y luego se casaban y el cura santificaba: “seguirás a tu marido donde quiera que vaya”.
Gracias a la observación de otras culturas, la antropología, la sociología y la sicología, descubrieron que las expectativas que la sociedad se hace sobre el sexo de una persona no tienen que ver nada con la biología, sino que son una construcción cultural. Dicho más científicamente, el “género” o “rol sexual está definido socialmente”. Es decir, depende de la sociedad donde naces y vives.
Y, lo que es todavía peor y más subversivo para todos los retrógrados, las expectativas de género pueden cambiar, pueden desaprenderse y se modifican con el tiempo, y cambian con la sociedad. No, no son eternas.
¿Por ejemplo? El gran general Julio César, fundador del imperio Romano, era abiertamente bisexual, sin que eso causara rubor, ni menos se le ocurriera a nadie faltarle el respeto. Otro ejemplo, Alejandro Magno, que llevó extendió la dominación griega hasta la India, era homosexual. Ninguno de los dos cumplía de las expectativas de género en materia de heterosexualidad que la sociedad actual esperaría de ellos. Pero para su sociedad, eran perfectamente “normales”.
Por supuesto que el movimiento feminista, echó mano del concepto de género y lo ha utilizado como un arma en su lucha contra la injusticia de una sociedad en que la mitad de su población, las mujeres, es marginada de todos los derechos civiles, sólo por haber nacido con vagina en vez de pene. Una sociedad que les fija como único objetivo de vida y realización personal: parir.
Claro que a los conservadores no les gusta que a la gente se le enseñe desde niños que todos los seres humanos son iguales, y que no debe haber discriminación sexual, o que el sexo no es malo. Ni que se les enseñe que los estereotipos sexuales no son más que prejuicios para justificar una situación de opresión contra una parte de la humanidad. Y podemos incluir allí a los homosexuales y lesbianas. Porque el peligro es que se extienda una revolución, que ya ha empezado, en cada hogar, cuando todas las mujeres decidan rebelarse contra la esclavitud domestica y la sumisión al marido.
En palabras de la feminista norteamericana Kate Millet: “Por ser el grupo alienado de nuestra sociedad, y en virtud de su ira secularmente contenida, el sexo femenino podría desempeñar, en la revolución social, una función dirigente completamente desconocida en la historia”.
Por ello, los más risibles son aquellos que posando de “progresistas” y hasta “comunistas” prefieren pasar agachados en este debate porque no hay nada más cómodo que claudicarle a los prejuicios, pues recibes simpatías aparentes por ello, sólo aparentes. Seguramente ello explica la casi nula participación femenina en las organizaciones sindicales y de izquierda panameñas, mucho menos como dirigentes, pues sólo se las considera para oficios de secretaria o acompañamiento. Si usaran el “enfoque de género” se darían cuenta.
Me quedo con la genial Kate Millet, cuando señala en su libro Política Sexual: “...no cabe alterar la sociedad sin transformar previamente la personalidad, cuya faceta sexual requiere, en particular, una revisión radical y absoluta...” porque “...la casta sexual prevalece sobre todas las demás formas de desigualdad social” de ahí “la inutilidad de cualquier revolución que deje intacta la unidad básica de explotación y opresión, es decir, la existente entre los sexos”.
Autor: Olmedo Beluche, Sociólogo Panameño